sábado, 4 de agosto de 2012

Camas


Encuentro mi pelo solo posado sobre mi cabeza como despreocupado, casi flotando. Cierro los ojos, mis parpados como plumas, aunque mis pupilas no puedan quedarse quietas. No respiro por la nariz, mi nariz es como un puente. El más diminuto suspiro queda encima de mis labios y se mantiene como una nota musical, suave y cálida y a la vez segura. Ya van pasando unos segundos, tal vez algunos
minutos, no importa.
En el cuello se relajan las palabras, que antes fueron lerdas, muy duras, ahora me acarician la piel, pero sin decirse. Algunos huesos de mi pecho comienzan a ondularse, se retuercen amenos, como un baile. La piel erizada de mi panza en acuerdo con mi pecho, crece y cae y vuelve a subir con serenidad. Ya van pasando algunos minutos, tal vez algunas
horas, no importa.
Mis rodillas se desparraman blandas, casi desaparecen en el resto de mis piernas. Luego mis talones reciben la señal, y en círculos siguen el ritmo, lento, muy lento. Los dedos de mis pies se contraen, como queriendo entrar a la ceremonia, como haciendo desaparecer esa función de contacto a tierra, se bañan con el sonido de los suspiros. Y van pasando algunas horas, tal vez algunos
dias, no importa.