viernes, 15 de febrero de 2013

Cuentitos, pensamientos y burbujas

De capital

Mientras la neblina se alimentaba de mi sueño, un par de bolsas de basura que descansaban en el cordón me avisaron que ya era tarde y temprano a la vez. El subte tambaleante se detenía en la estación Púan a las diez de la mañana. Nadie. Caminé y traté de no pensar una vez más que había llegado al lugar correcto porque ya los balcones me habían mirado raro. Nunca (todavía) llegué al barrio correcto. 
Seguí sobre mis huellas y por fin se hizo hora de entrar a clase y empezar mi día. Las voces de los alumnos, encerradas y entrelazadas con el sonido ambiente del edificio me hacían acordar a la voz que me había imaginado. Una voz de lejos, una voz de mar que no escuché de ninguna boca en realidad.

No creo que haya llegado nunca a saber su dirección, siendo sincera, nunca supe ni en que barrio vivía. Calculé que Palermo, u Olivos o alguna callecita de Flores. Supe sin embargo, que venía desde lejos, de tierra húmeda, que era un extraño.

Supuse que siempre me iban a quedar las mañanas para caminarlas entre humo y ruido e imaginar. Y los adoquines sobrevivientes, los que despiertan a los autos y juntan hojitas. Y los baldes con agua fresca, las baldosas sueltas y el olor a tierra de cantero que se humedece contenta, mientras yo busco lo que nunca vi.
Siempre me quedan las mañanas, esas de buscar.