Lecciones (o Medidas
para no pisar la misma piedra)
Yo guardé tus
palabras en una caja, lejos de la cama por si decidieran subir. Doblé en varios pedacitos tus fotos, y mojé tus manos
para que tus dedos arrugados no puedan bien tocarme.
Yo enjuagué,
planché y doblé tu sonrisa, la puse dentro del placard, bien en el fondo donde
se esconden los diarios.
Los abrazos los
puse atrás del lavarropas, a veces cuando llueve las saco para que no se mojen,
esos son días grises.
Los besos los
dejé algunos meses al sol, mientras los miraba arder de soledad, sufrí, y
después los acumulé uno arriba de otro debajo de la mesita de luz, como flores
secas, machucadas que a su vez me regalan penosamente tu olor que no se va.
Los juegos y las
noches desveladas las puse en un rincón, las tapé con un mantel hecho de
disculpas y de vez en cuando, cuando limpio bien el piso, tiro algunos a la
basura.
El recuerdo de
tu cara al sol, directamente lo regalé, eso ya no es mío, aunque a veces vuelve
solo y la perra lo echa enojadísima.
Así fue que casi
todo lo descarté, lo tiré por la borda, olvidé ya a quien le regalé lo
regalado, y olvidé cuanto tiempo pasó, olvidé los por qué y los cómo.
Pero con las
heridas, los reproches, los llantos, los gritos, con los engaños, las mentiras,
los detalles que me horrorizaron, con las noches de rencor y las peleas, con
todo eso hice un ramo, un ramo que tengo arriba de la mesa, en un imponente
florero que todos los días riego, todos los días completo y sigue creciendo
inexplicablemente.
Con todo eso
convivo, con todo eso camino todos los días. Todo eso acumulo y domino. Con
todo eso aprendo.