Escuché el ruido agudo y frío que venía de mi cuarto.
Sonó una, sonó dos, sonó tres veces. Casi sin ganas llegué, no podía ser nadie importante, por los cálculos no, no podía ser nadie que me interesara. Y como si lo hubiera planeado, dejó de sonar perdido entre las sábanas, antes de poder atenderlo.
El identificador de llamadas lo reveló, y pasados unos segundos, mi imaginación empezó a correr.
¿Sería ese? ¿sería ese el momento justo de decir un adiós?
Se me ocurrió solo eso, ¡sí que es rápido mi morbo!
"Espero que no sea lo que estoy pensando" dije para afuera. No había nadie en casa.
Pronto, las imágenes de lo que podía pasar al día siguiente se materializaron en mi cabeza, todas, todas ellas. Si no fuera por alguna tragedia, ¿por qué iba a molestarse ÉL en llamarme?
Pero lo hizo, y de hecho, lo volvió a hacer. Yo, que todavía sostenía el teléfono en la mano, no tenía excusa para no atender.
- ¿Hola?
- Hola, tengo que decirte algo
- ¿Quién...? ¿Quién habla?
- (Se rie con desdén) Sabés bien quién habla
- ...
- Sin palabras ¿eh? No te preocupes, que no estás sola
Luego... lo atendí.
Él dijo todo lo que quería decir, que para mi sorpresa, no era nada preocupante.
Fui esa misma tarde a verlo.
Y quebré.
Claro que, a veces no me doy cuenta de que tengo razón.
No estoy sola.