Un mediodia salió a buscar su condena de mares de papel, y ahí se tropezó con ese barquito que la llevara hasta la más intima de sus bahías.
Fue un mediodía bastante húmedo, donde salir no era nada fácil, y volver era demasiado improbable. Una lágrima la hizo pensar, un bostezo la hizo sufrir, y alguna que otra risa le levantó la mirada.
Ella nunca imaginó, que sentir lo que sentía tenía un precio.
El precio de un final amargo era un elevado disturbio en su insignificante vida, porque ella había dado su locura por entendida, pero no había entendido la locura ajena.
Así fue el eterno problema de los desentendidos, que dan por sabidas las cosas que se tienen que gritar de a dos.
martes, 9 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Nunca terminamos de entender la locura ajena, y mucho menos de aceptarla.
¿Sabés? A veces uno no tiene con quién gritar.
Es cierto.
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