jueves, 10 de mayo de 2012

Remitente

Quizás nunca pueda responder a las preguntas que me hacía yo misma aquella mañana, pero en todo caso, la carta estaba enviada y solo quedaba esperar la respuesta.
Ese mismo día, después de llevarla al correo, salí a dar una vuelta por quien-sabe-donde, que era mi destino preferido. Repasé los momentos en los que había escrito, suponiendo que si encontraba algún error en mi memoria, podía correr hasta la oficina de correo y rogar al empleado que me devolviera la carta.
Repasé, entonces, sílaba por sílaba, punto por punto y símbolo por símbolo. Nada. Ningún error. Me senté, así, en un banco y reviví mentalmente las imágenes: el papel, el sobre, la tinta... nada, ningún error.
Bien, supuse que todo había salido bien y que mi respuesta llegaría a tiempo.
No fue así, pues, fueron cuatro largos meses de espera. Cuatro meses, tres días y ocho horas. Y la respuesta aun no llegaba. Hasta hoy.
Adquirí un hábito bastante molesto: me senté en cada desayuno al costado de la puerta y cada 7 u 8 minutos espié por la mirilla solo por si acaso. Durante 5 horas, y 34 minutos, en cada mañana, todos los dias. Nada. Hasta hoy.
Mis amistades, mis planes y proyectos quedaron suspendidos, nada podía seguir su curso, pensé, hasta no obtener esa respuesta. Pues así lo hice, hasta hoy.

Hoy a la mañana recibí una carta que tenía por remitente aquel que yo esperaba. Tardé tres horas, once minutos y veintitrés segundos para por fin, animarme a abrirla y ahora mientras la sostengo entre mis manos, las palabras se ríen amablemente de mi y el tiempo perdido solo fue tiempo al fin y al cabo.


No hay error después del error.
Solo páginas en blanco.



1 comentario:

Anónimo dijo...

"No hay error después del error. Solo páginas en blanco..."
Sos arte Paz, no hay otra descripción,
soy parte de tu cuerpo y eso me enorgullece...

te amo hoy y para siempre,

Manuela.